El perfeccionista pasa su vida persiguiendo sueños. Cualquier acción cotidiana se convierte en un camino cuyo fin es la acción redonda y perfecta. Como ésta no existe (la palabra preferida del perfeccionista es: "pero") la llegada al final del camino se convierte en fracaso y el recorrido en un tortuoso sufrimiento.
Leyendo lo anterior puede pensarse que hablo del perfeccionamiento espiritual. Y no, me refiero únicamente a las acciones sin trasfondo , a las pequeñas cosas de cada día, a los gestos imprescindibles para la vida y la convivencia; en suma, a la pura intendencia de lo cotidiano. El perfeccionista ama y necesita la rutina, porque en la repetición cree encontrar cierto grado de perfección. La rutina, con la cercanía de lo conocido, reafirma su sentimiento de búsqueda, en su segunda, tercera, cuarta, quinta oportunidad de lograr el éxito. Cualquier evento que rompe esta rutina tejida de días y días de búsquedas y retos auto-impuestos, hace que el perfeccionista tarde más de lo conveniente en reaccionar: Debe buscar una solución rápida al nuevo hecho, y ésta ha de ser, como no, perfecta.
Pierde un valioso tiempo ante lo nuevo y evita, consciente o inconscientemente, cualquier novedad en su vida. Su ojo perfecto busca primero el defecto; lo bueno pierde así parte de su valor y se convierte en lo "casi" bueno. Por lo mismo, el perfeccionista es parco en halagos (pasan a veces por desagradables o envidiosos) y tampoco reciben de buen grado los comentarios amables, pues siempre piensan que quien se los hace es consciente de su imperfección y lo hace solamente "por cumplir".
Para quienes están a su alrededor, la convivencia se hace difícil por lo previsible de sus respuestas. No suelen opinar ni intervenir en las decisiones ajenas (quizás perdidos en su propia incertidumbre por lo perfecto ¿cómo aconsejar a otro?) y cuando lo hacen, generalmente forzados por la parte contraria, su respuesta es pobre y aséptica, falta de pasión y absolutamente innecesaria. Sus allegados terminan por "dejarlos vivir" sin solicitar de ellos ayuda en las pequeñas cosas materiales: unos y otros se pierden momentos felices compartiendo el pan y la sal de cada día. El perfeccionista termina generando dolor de barriga en quienes le rodean, siempre pendientes de sus vaivenes emocionales, en la certeza de que la perfección no existe.
Son también indecisos. Cualquier hecho que requiere un ultimátum, un veredicto, les pone entre la espada y la pared, porque ¿será el mejor aquel que finalmente elijamos? ¿no habría otro más perfecto? ¿y si buscamos más? Entonces, el proceso se alarga en el tiempo, dando vueltas y revueltas y posponiendo siempre el temido fin, cuando ya no haya vuelta atrás y la perfección que se elija sea la definitiva (y seguro que había otra mejor). Siempre se genera insatisfacción en la decisión final, porque, evidentemente, siempre se podría haber buscado más.
Son preguntones, tremendamente preguntones. En su búsqueda agobian a su interlocutor con cientos de preguntas, que desde fuera, parecen capciosas, malintencionadas, absurdas o desconfiadas. Terminan por "marear" a la persona que les está escuchando pues no todo el mundo entiende que no es desconfianza en el interlocutor, sino la captura compulsiva del mayor número de datos para tomar la mejor decisión.
Suelen ser conscientes de esta indecisión, y reconocen la pérdida de tiempo y energía que conlleva, pero no pueden hacer nada por evitarlo. Y a veces, acosados por quienes les rodean (la paciencia tiene un límite ¿no?) llegan a pensar que los demás son unos conformistas y que, al fin y al cabo, su búsqueda constante de lo divino es legítima.
Otro de sus rasgos característicos es la inflexibilidad. Sus actos rutinarios les proporcionan las huellas por las que pisar cada día, y salirse de ellas les causa desazón. Un gesto cotidiano se convierte en rutina, y después, muy probablemente, en obligación auto-impuesta, en un paso más firme hacia lo perfecto. Puede que los horarios se vuelvan rígidos, y la forma de hacer las cosas, estricta disciplina. Salir de casa a la misma hora, tomar siempre el mismo postre en la cena, o utilizar la misma marca de café. Cuestiones que en sí mismas no revisten mayor importancia, se vuelven penosas cuando su NO cumplimiento les provoca malestar.
Sin llegar a padecer neurosis obsesiva probablemente necesitan ayuda psicológica para salir de este círculo vicioso, pero no suelen reconocer su búsqueda como una enfermedad o defecto, más bien como su propia forma de ser, rutinaria y confortable, que "ya no pueden cambiar".
Su círculo de amistades se va reduciendo con el paso de los años: pocas personas "aguantan" la desconfianza, la inflexibilidad y la indecisión de los perfeccionistas, que quedan recluídos en el círculo familiar donde frases del tipo "ya sabéis como es..." "buff... a ver cuando se decide..." "bueno... va a sacarle un montón de defectos" "... no le preguntes, porque no se va a implicar..." dan idea de la dificultad de la relación cotidiana con ellos.
Cuando coincido con "mis perfeccionistas" (¿quién no tiene uno en su vida?), sufro con ellos. " ¡La perfección NO EXISTE!" quiero gritarles. Y me gustaría que aprendieran a ser un poco "bandarras", a dejarse llevar, a disfrutar, sin más, de un momento único e irrepetible que se están perdiendo tratando de encajar en un rectángulo perfecto la masa informe de cosas que no podemos dominar.
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