- Vayan tranquilos, yo después los alcanzo.
Sus amigos salieron por la puerta mientras él volvía al living donde estaba el teléfono. Recogió la parte de economía del diario y empezó a leer, o por lo menos lo intentó. No podía concentrarse. Estaba demasiado ansioso por ese llamado que quería creer que se iba a producir.
La conoció de casualidad. Por medio de un conocido de un conocido. Sería romántico decir que al instante que la vio se enamoró, pero la verdad es que le cayó bastante mal. El era un pibe callado, tímido, de esos que piensan demasiado y actúan poco. Ella en cambio era una mina alegre, que parecía tener la sonrisa dibujada en su cara, alguien a quien no parecía importarle nada demasiado. Justamente esa clase de personas que no soportaba. Siempre pensó que alguien que fuese tan alegre o no entendía lo que pasaba alrededor, o estaba demasiado preocupada en si misma para darse cuenta. Simplemente le daba asco aunque paradójicamente sentía envidia. ¿Envidia de qué? De la aparente felicidad que mostraban. Pero él se defendía queriendo creer que alguien como él, tan culto, tan preparado nunca podría llevar una actitud así ante la vida.
Ella lo sorprendió en la barra. El se había pedido un whiskey y ella lo imitó.
- ¿Por qué esa cara? - le preguntó.
- Fue una semana larga.
- ¿Querés contarme qué te pasó?
- No importa, no lo entenderías. – contestó pidiendo otro whiskey al barman.
- No es una forma muy cortés de responderle a una dama, pero tenés suerte porque yo sepa lo que te pasa. Yo estuve en tu lugar.
- ¿Qué querés decir con eso?
- Escuchame bien. La vida es como la Matrix, o te sentás a mirarla y ves como ella transcurre frente a tus ojos o la vives. Y dejame darte un consejo, por más inteligente que te creas mirándola, andá y vivila que es mucho mejor!
No supo o no quiso entonces entender. Pero ella no se dio por vencida. Al día siguiente llamó a su casa. Y lo hizo nuevamente y nuevamente. Y los llamados que al principio atendía con desgano se transformaron lentamente en una necesidad. Su vida empezó a girar en torno a estos llamados que se producían puntualmente a las once de la noche todos los lunes y jueves. Se acomodaba en su sillón al lado del teléfono y palpitaba los minutos anteriores con gran expectación. Y si el llamado se atrasaba unos minutos miles de cosas le pasaban por su cabeza. Le habrá pasado algo? Se habrá olvidado hoy? Tendrá algo mejor que hacer? Hasta que finalmente sonaba y el atendía como pretendiendo que no sabía quien llamaba. Las conversaciones se extendían hasta altas horas de la noche y trataban de los más diversos temas pero lo que era común a todas ellas era que él se sentía comprendido, lo que lo hacía feliz.
Fue un jueves de septiembre a eso de las once menos veinte cuando sonó el teléfono y él atendió con el único objeto de liberarlo rápido para su cita telefónica. Se llevó una sorpresa al ver que era ella. Su voz sonaba rara, como apurada y nerviosa. Dijo que había surgido un inconveniente y que era muy posible que no pudiese llamar más. Luego cortó. En ese momento se maldijo a si mismo por nunca pedirle su teléfono y haber mantenido esta relación tan extraña con una persona a la que solo había visto una sola vez. Pero lo cierto era que ella lo hacía sentir feliz y despreocupado como no lo había sido desde su niñez y nunca le dio demasiada importancia a esta extraña relación quizás porque todo era demasiado bueno para cuestionarlo.
Ya eran las once y media y seguía con el diario en las manos sin haber leído ni media carilla. Miraba el teléfono y el teléfono lo miraba de vuelta a él, desafiante. Se hicieron las doce de la noche cuando decidió que el llamado no se iba a producir.
Nunca supo nada más de ella pero finalmente entendió lo que ella había querido decirle todo este tiempo. No hace falta ser un idiota para ir sonriendo por la vida. Es difícil y hace falta mucha práctica pero hasta alguien tan inteligente como él podía lograrlo si se lo proponía.
Se puso los zapatos, se mojó el pelo peinándoselo para atrás y salió de su casa en busca de sus amigos. Con una sonrisa.
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